Te apuesto a que, en tu infancia, el piloto al que más admirabas no era Nikki Lauda, Ayrton Senna, Alain Prost, Danica Patrick o Michael Schumacher, sino en realidad, era tu papá. Con solo observarlo mientras manejaba, sobre todo, en aquellos largos viajes familiares, sentías una gran seguridad y podías dormir plácidamente. Ver a tu papá detrás del volante era muy satisfactorio. De seguro, soñabas que al igual que él, algún día podrías conducir a lugares inimaginables, siempre con esa sensación de libertad que solo brinda un auto.
La edad para aprender a manejar cambia entre las personas. Algunas lo hicieron de muy jóvenes y otras de mayores. Pero, por fin, después de muchos años de espera, cuando tu papá creía que había llegado el momento correcto, después de analizar mucho la situación, un día sin más decidió que había llegado el momento de dejar el lugar del conductor para pasar a ser copiloto.
Lo que minutos antes era la mayor ilusión de tu adolescente vida, de un momento a otro, pasa a ser un momento de tensión y regaños: “¡Saca bien el clutch!”; “¡Aguas, aguas, aguas!”; “¡Haz bien los cambios!”; “¡Bache, bache!”; “¡Los espejos no son de adorno, úsalos!”; “¡Concéntrate al volante!”. Los nervios son tan grandes, que no sabes a quién le va a dar un paro primero, si a ti o tú papá. Francamente, los primeros días son horrendos, pero, por alguna extraña razón, la sesión se repite una y otra vez.
Lo curioso, es que, tras algunos días, dejas de ser una deshonra al volante, para convertirte en el o la chofer oficial de tu papá. Ok, los regaños continúan, pero ir a las tortillas, el súper o dejar a tus hermanitos en la escuela son un buen pretexto para manejar. Incluso, cuando se puede, a escondidas te escapas con el auto y cual polluelo que deja el nido, comienzas a hacer tus primeros pininos solo.
Crees salirte con la tuya, pero tu papá sabe perfectamente lo que haces. Incluso sabe con exactitud la cifra del odómetro y cuanta gasolina dejó la última vez que se subió al auto, pero el sin decirte nada, es tu cómplice. Sabe que parte del crecimiento, es dejar que tomes tu propio camino y el, aunque siempre expectante, se siente orgulloso. Aún cuanto, le llenas de reproches sin sentido.
Haz memoria un poco y recuerda ¿Quién llegó a tu rescate en tu primer choque?; ¿Quién estuvo cuando se descompuso el auto o había que cambiarle una llanta ponchada, aun cuando llovía? ¿Quién te enseñó los mejores trucos para tener limpio el auto? ¿Quién te enseñó los principios básicos del cuidado del auto? ¿Quién te acompañó aquel día en el que compraste aquel pocillo que sería tu primer auto? ¿Quién siempre estuvo al pendiente de ti? Sí, tu papá.
Hay un punto en la vida, en el que crees que por fin lograste superar a tu papá. Eres más rápido, tienes mejores reflejos, e incluso cabe la posibilidad que tengas un mejor auto. Estás seguro que eres mejor que él y en ocasiones menosprecias sus enseñanzas. Pero pese a todo, en cualquier avería o desconocimiento lo sigues buscando.
De pronto, un día, vez que, a tu lado, se sube una persona con una estampa cansada, la piel arrugada y calvicie. Es tu papá, a quien el tiempo le ha cobrado factura, pero él, todavía está a tu lado para brindarte sus consejos y enseñanzas.
Un golpe de realidad, te llega de pronto y es que en el asiento trasero viaja tu bebé, a quien algún día le enseñarás a manejar. No importa, que los autos sean cada vez más tecnológicos, desearás con todo tu ser, que tu papá, siempre esté ahí para apoyarte tal y como lo hacía cuando eras joven. El ciclo de la vida, comienza a repetirse, con nuevos protagonistas y contextos, pero con la misma esencia.
Hoy, la única intención de mi columna, es festejar a los padres que han sido nuestros mejores maestros, amigos y compañeros de vida (incluido al mío). Pero no quisiera limitarme a la tradicional figura familiar, sino también a aquellos, que han sido nuestra figura paterna sin ser nuestros progenitores ¡Feliz día del padre!
*Esta columna expresa el punto de vista del redactor y no necesariamente el posicionamiento de Autocosmos.