Dentro de mis casi 25 años probando coches, he tenido de la oportunidad de conducir a muchos ejemplares que de niño me parecían un sueño imposible, lo que no significa que haya conducido a todos los que quisiera, pero esa es otra historia. Hoy quiero comentar sobre coches que me dejaron huella, que me hicieron pensar de forma diferente una vez que lo conduje, por eso me atrevo a listarlos como autos que todos deberíamos manejar antes de morir.
Uno de los primeros que me impresionó fue el Lotus Elise. Muy bajito, incómodo para entrar y más para salir de él, con un motor de Toyota Corolla que erogaba cerca de 160 HP, una vez puesto en una pista el Elise se transformaba en un monstruo devorador de curvas. Llegaba a los 100 km/h en poco más de 5 segundos y eso hace casi 20 años. Fue el coche que, en la práctica, me mostró que era mejor quitar un kilogramo de peso que añadir un HP.
La lista no sería completa sin un Mustang, por enseñar a muchos a hacer curvas con el pie derecho antes de evolucionar al punto de transformarse en uno de los mejores y más disfrutables cupés del mundo. Pero el otro “pony”, mi verdadero favorito, es el Dodge Challenger Hellcat. Esa verdadera oda a la fuerza bruta extrae más adrenalina de nuestro cuerpo de lo que pensábamos tener y no son necesarios más que 50 metros de brutal aceleración para enamorarse de él.
Luego están los Porsche. Cualquier Porsche. Desde el desafío a la física de una Cayenne Turbo hasta la definición misma de equilibrio entre placer, confort y velocidad que es el 911 Turbo. Estos alemanes son capaces de vencer a los italianos por la mitad del precio. Y duran el triple, por lo menos.
Emoción y relajamiento
Y sí, sabemos que no duran como los alemanes, pero hay que manejar un Ferrari algún día. Porque solo cuando estás al mando de uno sabes realmente qué piloto eres. Tú sales de la curva, no la computadora. El ruido detrás de tu cabeza es tan contundente como inolvidable. Y si tienes la fortuna de conducir uno en Fiorano, alrededor de la casa donde vivía Enzo Ferrari, estarás para siempre embrujado por el encanto italiano de la máquina.
Si el ruido enamora, la ausencia de él también es capaz de hacerlo. Acelerar un Tesla Model S P100 D y llegar a 100 km/h en menos de 3 segundos, con el cuello torcido y una sonrisa imborrable, es algo que nos muestra que no siempre la victoria es de la nostalgia, puede ser también de la tecnología.
Cuando se está en modo tranquilo, cuando contemplar el paisaje es tan importante como disfrutar un buen coche, no hay ninguno como un Rolls Royce. La serenidad, el silencio, la calidad de absolutamente todos los materiales con que está hecho y, para cuando se necesite o desee, un V12 Bi-turbo bajo el cofre, hacen de ésta la marca de la realeza.
Todo lo opuesto lo encontramos en el Nissan GT-R. No fue diseñado para ser bonito, sino atrevido. Tampoco fue hecho para ser caro, aunque ahora ya lo sea. Fue pensado para ser conducido tanto por la abuela que va al supermercado como por el nieto que lo lleva al autódromo. El GT-R hace más de lo que parece capaz de hacer. Cuando lo conduje en Estoril, bajo lluvia, me hizo sentir que era Ayrton Senna, acelerando para su primera victoria en la F1.
Puede que no seas, como yo no soy, un amante de la conducción en el lodo, pero si eventualmente hay que hacerlo, que sea en una Toyota Land Cruiser, con una capacidad sorprendente de sortear cualquier terreno y mantener la compostura. Discreta, elegante, capaz. Simplemente magnifica.
Sin embargo, nada es igual después de conducir un auto que llega de 0 a 300 km/h en poco más de 13 segundos y de 0 a 100 en 2.5 segundos. Sí, no es tan más rápido que un Tesla model S pero el Bugatti Chiron con sus 16 cilindros y 1,500 HP tiene algo que el eléctrico no tiene: el sonido. Esto multiplica la emoción de acelerarlo y transforma tu vida de conductor en un “antes y después” de manejar un Bugatti.
No es fácil manejar esos autos pero tampoco imposible. Una paciente búsqueda en internet mostrará lugares donde los rentan para que al morir, lo hagas habiendo realizado ese sueño a más.