
Huawei, el gigante chino de la tecnología, acaba de sacudir la industria automotriz con una patente que suena a ciencia ficción: una batería sólida de sulfuro capaz de ofrecer hasta 3,000 kilómetros de autonomía y cargarse en solo cinco minutos. El anuncio pone a Huawei en el mapa de la innovación energética y, de paso, mete presión a los líderes tradicionales del sector.
La clave está en su nueva arquitectura de batería de estado sólido, con densidades energéticas entre 400 y 500 Wh/kg, es decir, hasta tres veces más que las celdas de ion-litio que usamos hoy. Para resolver el viejo talón de Aquiles de este tipo de baterías, la inestabilidad química en el contacto litio-electrolito, Huawei propuso adicionar los electrolitos de sulfuro con nitrógeno, lo que mejoraría la durabilidad y seguridad del sistema.
Aunque Huawei no fabrica baterías, su creciente interés en materiales clave deja claro que no quiere quedarse fuera del juego. Ya había registrado otra patente relacionada con la síntesis de electrolitos de sulfuro, un material tan eficiente como caro (sí, incluso más caro que el oro en algunos casos).
Esta jugada se enmarca en un movimiento más amplio de las empresas chinas (como Xiaomi, Nio o BYD) por dominar el desarrollo de baterías y depender menos de gigantes como CATL. Para muchos fabricantes, la batería representa más del 50% del costo total de un vehículo eléctrico, así que tener el control puede marcar la diferencia.
Eso sí, ojo: los 3,000 km de autonomía y la carga en 5 minutos siguen siendo cifras teóricas. Hoy no existe infraestructura comercial capaz de cargar esa cantidad de energía en ese tiempo sin riesgos.
Pero el potencial está ahí, y el simple hecho de que Huawei se meta a esta carrera ya genera ruido internacional. Japón y Corea del Sur han mostrado preocupación por el ritmo con el que China avanza en esta tecnología.
Mientras tanto, CATL, WeLion y otras marcas chinas ya están produciendo baterías de estado sólido en baja escala, y apuntan a la industrialización entre 2026 y 2028.
Huawei ya nos cambió la forma de comunicarnos. ¿Será ahora quien revolucione cómo nos movemos?