En otro giro de tuerca, tal vez perfectamente calculado, Donald Trump decidió simplificar su caótica política arancelaria: ahora todos los socios comerciales de Estados Unidos pagarán una tarifa única del 10%. Todos menos China, que se lleva el castigo mayor con un arancel del 125% con efecto inmediato, según la Casa Blanca.
China respondió con un arancel recíproco del 84% que entra en vigor este 10 de abril, y lanzó nuevas advertencias de viaje para sus ciudadanos que quieran visitar la Unión Americana. La Unión Europea, por su parte, también aplicará medidas de represalia.
Canadá y México, quedan fuera del 10% extra. Pero eso no significa que salgan ilesos: los aranceles del 25% sobre productos no cubiertos por el T-MEC siguen vigentes, y Canadá acaba de contraatacar, pues los nuevos aranceles canadienses del 25% afectan a vehículos estadounidenses que no cumplan con el acuerdo comercial, lo que podría costarle a Estados Unidos unos 5,600 millones de dólares.
Los asesores de Trump aseguran que la semana pasada llena de amenazas y turbulencia en la bolsa de calores, fue solo un ‘espectáculo’. Todo era parte del plan, dicen, apelando a que, como Trump, el mundo vea esta cuestión como un mero Reality Show.
“Pensé que la gente se estaba poniendo un poco nerviosa”, dijo Trump, en un evento rodeado por pilotos de carreras. “Ningún otro presidente habría hecho lo que yo hice”, añadió, como si el mundo ya hubiera olvidado.
Una cosa queda clara: para Trump, el comercio internacional es una mezcla de negocio, espectáculo y termómetro de poder.
Mientras Trump juega al espectáculo y la especulación, el resto del mundo poco a poco empieza a tomar la medida de lo que bien podría ser una estrategia para sembrar un nuevo orden económico, escondido tras una fachada de rabieta infantil.
