Mi amigo Carlos es un hombre valiente. Un día fue de la ciudad de México a Laredo en un e-Tron que, ya lo saben, es totalmente eléctrico. Y un eléctrico en carretera, principalmente en una ruta larga, requiere tiempo, planeación y, bueno, algo de suerte. Esto último no le favoreció mucho.
Cerca del final del viaje, el GPS le marcaba 25 millas de distancia del hotel donde pondría el auto a cargar. Las baterías del Audi apuntaban una autonomía de 37 millas lo que le daba mucha tranquilidad, hasta qué el clima texano hizo de las suyas. Un frente frío, tormenta incluida, bajó la temperatura a números negativos en cuestión de minutos. Y la batería del e-Tron comenzó a perder potencia como si fuera un tanque de gasolina con una importante fuga. 35, 32, 29 millas. El nervio iba creciendo en su mente mientras buscaba desesperadamente en el GPS algún cargador más cercano. No había. Siete millas antes de llegar a su destino, el auto agotó sus reservas. Era un lunes, 2 de enero, por la noche. Le tomó mucho trabajo y una decena de llamadas conseguir una grúa. Agradeció estar en Estados Unidos, porque quién sabe si, en México, las más de dos horas que tuvo que esperar al lado de la carretera hubieran sido seguras. Le quedó claro que, pese a que sus circunstancias fueron extraordinarias, un auto eléctrico no es para cualquier momento.
En México el eléctrico de menor precio es el Jac e10X, que cuesta 439 mil pesos. Subcompacto, muy reducido espacio trasero y poca seguridad, 2 bolsas de aire y ABS). Pero, puede ser una solución para ahorrar combustible para trayectos cortos. Su autonomía, según Jac, es de 360 kilómetros, lo que me reservo el derecho de dudar. Pero aún que sea cierta esa autonomía, viajar con él es un ejercicio de fe. Me explico.
Riesgos, sacrificios y placeres
Es necesario saber que la autonomía debe ser suficiente para ir y volver o, en su caso, estar seguros de que se puede cargar otra vez antes del regreso. Y si en las ciudades grandes y carreteras mexicanas es difícil encontrar un cargador, en las más chicas el problema es aún mayor. La mayoría de los cargadores públicos se encuentran en centro comerciales y casi todos cargan a 220 kw. Con esto necesitas alrededor de 5 ó 6 horas para cargar 80% de la batería. Si no planificas esa parada con antelación, puedes tener una desagradable sorpresa. Si usas un enchufe casero para cargar, necesitarás 24 horas o más. En otras palabras, aunque haya gente que hizo o hace viajes largos con un eléctrico, necesitaron mucho más tiempo de trayecto y de planeación, además de algo de buena fortuna. Y tiempo, lo que, ya todos saben, es dinero.
En Europa sí encuentras cargadores ultra rápidos pero su cantidad depende del país. Noruega está lleno de ellos. Alemania no tanto. España y Portugal tienen muy pocos. Aún con esos cargadores es necesario que tu auto tenga la capacidad de recibir esa carga y solo los modelos de costo más elevado la aceptan.
En el mundo, incluyendo México, Tesla es la que más cargadores posee y en Estados Unidos, GM y Ford ya lo reconocieron y llegaron a un acuerdo con Tesla para usar su red de carga, creando un muy útil estándar que facilitará la adopción de los eléctricos. México debería pensar de la misma forma si quiere aumentar la cifra de 3.462 autos eléctricos que se vendieron en el país el año pasado. Pero también debe aumentar y mejorar la cantidad de energía eléctrica producida, principalmente energía renovable.
Sí, es fantástico manejar un eléctrico. Su ausencia de ruidos y vibraciones, su torque inmediato y bajo centro de gravedad, le dan un refinamiento único. Pero los modernos, que aceptan carga rápida y tienen mucha autonomía, empiezan en 800 mil pesos, como un BYD Yuan. Pese a que bajó de precio, el Tesla más económico sale por cerca de 950 mil. A esto sumemos que necesitamos otro auto para salir a carretera, ya que aún con carga rápida, estar más de media hora esperando en un sitio hoy, en México, es aumentar el riesgo de ser víctima de la violencia, nos damos cuenta que aún es un juguete de ricos. Tal vez no ricos porque ganen mucho dinero, pero al menos por vivir en un país de primer mundo, o más cerca de esto que los latinoamericanos.