Convengamos, somos irracionales. Cualquier cosa que nos haga enamorarnos vencerá inevitablemente a todas las razones que intentemos imponer. Cuando nos gusta algo, sea una casa, un auto o unos zapatos -esto aplica más para las mujeres- simplemente lo queremos y ya, sin importar si nos conviene o no. Y hoy vivimos un ejemplo de esto en México.
Toyota es tradicionalmente un fabricante que vende calidad, fiabilidad y buen servicio, pero raramente ofrece un producto que llegue al corazón antes que al cerebro. Pero la FJ Cruiser lo hacía. Era bonita en su estilo retro. Se veía masculina, robusta, imponente, atributos bienvenidos por ambos sexos. También era fiable, como casi todo Toyota. Pero tenía una serie de problemas que, pensé yo entonces equivocadamente, harían que la FJ Cruiser no fuera el éxito que fue: era tragona, dura de suspensión, su motor V6 era extremadamente ruidoso. Entrar en la segunda fila de asientos requería antes abrir una puerta delantera. Una vez atrás, había una fuerte sensación de claustrofobia debido a las pequeñas ventanas que, por eso no fuera lo bastante, no se abrían. Pero la FJ no solo fue, es aún un éxito de ventas en México mucho más de lo que fue en otros países que usan más la materia gris que el corazón antes de comprar. Y digo es porque su reventa hoy sigue siendo excelente.
Otro fenómeno similar pasó con Hummer, especialmente la H3. Poco querida en otros lugares, lenta, tragona, apretada y mucho menos capaz fuera del asfalto de lo que se pensaba, la H3 dejó de venderse en las agencias de Hummer para volverse objeto de culto para muchos, manteniendo un elevado valor de reventa años después de haber dejado de ser fabricada. Pero hoy hay un fenómeno aún mayor.
Si los ojos no ven, el corazón aún puede sentir
Desde hace algunos años, todos los que trabajamos en la industria automotriz a cada evento de Suzuki preguntábamos: ¿Cuándo llega el Jimny? La respuesta era corporativa: “No hay producción suficiente”. Luego pasó a ser burlona y antes de abrir boca decían: “No pregunten por el Jimny, por favor, no insistan”. Al final ya era broma, tanto que de plano pusieron un cartel que decía: “No va a venir el Jimny, gracias por no preguntar”.
En redes sociales, la gente nos seguía cuestionando: “¿Y cuándo creen que Suzuki traiga el Jimny?”.
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Cuando finalmente anunció su llegada, en noviembre del año pasado, la marca exigió un salto de fe mayor que el de Indiana Jones en “Los Cazadores del Arca Perdida”: el que quisiera el auto tenía que apartarlo online, sin verlo, mucho menos manejarlo. Y los primeros mil solo serían entregados a partir del 15 de enero. La preventa se agotó en 3 días. La segunda preventa, de otras mil unidades, se acabó en tres HORAS.
El Jimny es un todo-terreno extremadamente capaz. Más capaz que varios que cuestan el doble, incluso 6 ó 7 veces más que él. ¿Será que de repente el mexicano se volvió entusiasta de la aventura? Por supuesto que no, solo está enamorado de nuevo. Gente que tiene un Jimny lo está revendiendo para ganar 100 o hasta 200 mil pesos porque muchos que no lograron comprarlo en línea ahora lo quieren, cuando ya no hay. Y hay quienes lo quieren a cualquier precio. Y el auto es lento y duro de suspensión. Los asientos traseros son para niños y si va alguien ahí, no existe cajuela porque entre el respaldo de esos asientos y la puerta trasera no cabe ni una bolsa de supermercado. ¿Acaso importa? Absolutamente no. El Jimny es, en ese momento, la mayor atracción del mercado mexicano.
Ya son más de tres mil los que lo compraron sin manejarlo, sin subirse a él, sin siquiera verlo más que en fotografía o en la cochera del vecino más envidiado de la cuadra. ¿Por qué? Porque está moda, porque Suzuki manejó de manera magistral la expectativa antes de su arribo y su llegada. Hoy el Jimny es el auto que todo mexicano quiere y muchos tienen en la cabeza, más que un día lo fue el Jetta, por el cual no recuerdo que nadie haya pagado por uno usado más que lo que cuesta uno nuevo. ¿Será otro efecto de la pandemia?