Si depende del mercado y de la infraestructura para carga de automóviles eléctricos, estos no deben ser mayoría en América Latina antes de al menos 30 ó 40 años. Sin embargo, puede que no sea el mercado que determine por cuánto tiempo aún tendremos vehículos con motores de combustión interna, ya que es posible que algunos gobiernos impongan leyes que induzcan al mercado en la dirección de los eléctricos, que los fabricantes dejen de producir vehículos que usan gasolina o diésel o, tal vez aún más probable, que los precios se disparen de tal manera que el sueño del auto nuevo se transforme en el del auto usado. Ya ha pasado.
Cuba, antes de la revolución de 1959, era un mercado extremadamente atractivo para muchas industrias, entre ellas la automotriz. Obviamente la estadounidense, por su poder y cercanía, era la más beneficiada al mandar sus autos para la isla caribeña, llenándola de vehículos de Chevrolet y Ford, principalmente. Con la revolución liderada por Fidel Castro, vino el embargo estadounidense que prohibió la venta de bienes hacia Cuba, entre ellos, claro, los automóviles. Poco a poco los cubanos tuvieron que adaptarse y descubrieron que el hábito de comprar un auto nuevo, usarlo por unos cuantos años, venderlo y hacerse de otro nuevo debía cambiar por conservar el coche que tenían. Y lo hacen a la fecha. Todos hemos visto fotos y videos de La Havana con sus autos de los años 50, que desde hace mucho no tienen cómo pasar por leyes de emisiones, mucho menos de seguridad. El parque de vehículos, estimado en alrededor de 650 mil unidades, apenas puede caminar gracias al ingenio de muchos cubanos, que hacen verdaderos milagros para mantener con vida vehículos que no tienen acceso a refacciones, al menos no de manera oficial, lo que encarece las cosas.
Más reciente y drástico es el caso de Venezuela. En 1978 el país sudamericano produjo la cifra récord de 189 mil vehículos e importó un poco más que esto. 20 años más tarde, el mercado automotor local se mantenía con números robustos, cercanos a 400 mil unidades anuales. Era una época en que los autos eran considerados muy baratos y la gasolina costaba menos que el agua.
¿Nueva mentalidad o un nuevo Henry Ford?
Pero las cosas comenzaron a desplomarse en Venezuela. La inflación en 2018 llegó a increíbles 130 mil por ciento y en 2021 las cosas “mejoraron” para que la inflación estuviera en “sólo” 2,300% al año. El venezolano promedio hoy gana 0.72% centavos de dólar por día, menos que países africanos como Nigeria, por ejemplo, de acuerdo con cifras de la UCAB, Universidad Católica Andrés Bello, de Venezuela. Si no se hubieran cortado seis ceros a su moneda en agosto pasado. hoy serían necesarios 4.47 millones de bolívares para comprar un dólar estadounidense. La producción de autos en 2021 en ese país fue de tan solo ocho unidades. Así es, ocho vehículos, obviamente hechos por pedido especial.
Naturalmente no creo que pase lo mismo en otro país latinoamericano, pero es un hecho que la subida de los precios de los autos nuevos está desatada y como los ingresos obviamente no acompañan esa velocidad, es cada día más difícil hacerse de un auto nuevo. Claro, en este momento, en el cual vivimos una escasez de productos debido al cierre de plantas y a la mayor demanda de productos electrónicos como los microprocesadores, gracias a la pandemia, las agencias de autos no se dan abasto y muchas trabajan con listas de espera de seis meses a un año, lo que hace pensar que estamos lejos de una catástrofe. Pero esa avidez por autos nuevos también se vio en Venezuela en los años 90.
Si las marcas dejan de producir autos de combustión interna y la oferta en América Latina pasa a ser solo de eléctricos, los precios de éstos aún serán más altos que los de gasolina, porque el volumen no será el mismo. Entonces o cambiamos nuestra forma de vivir, incrementamos dramáticamente el trabajo desde casa, invertimos en transporte colectivo y en autos compartidos, o estaremos todos cuidando para siempre los coches que hoy tenemos, si es que tendremos permiso pasa usarlos. Pasaremos a vivir el sueño del auto usado porque el coche volverá a ser un lujo, a menos que aparezca un nuevo Henry Ford y ponga en el mercado un producto por el que podamos pagar por él. Claro, si es que los gobiernos permiten que eso pase.