Los autos son para mí una pasión de niño. Desde que tengo memoria, mi primera mirada hacia cualquier lugar va primero hacia los coches, incluso antes de los paisajes o la arquitectura. En 1997, cuando aún trabajaba en el hoy desaparecido diario tapatío Siglo 21, era el único en la junta de editores que comentaba sobre el suplemento de automóviles, llamado Motor y entonces bajo la supervisión de Carlos Nava. Muchos de los que ahí laborábamos nos fuimos en la mitad de ese año a fundar el periódico Público y con la renuncia de Nava, yo fui algo así como la elección natural para estar al frente del suplemento Autos. Ese movimiento me cambió la vida, para mucho mejor, en todos los aspectos, pero el más importante era acercarme a ese amor por los coches, guardado tanto tiempo en algún lugar escondido de mí. Desde entonces he conocido más gente, lugares y autos de lo que jamás hubiera soñado.
Como siempre, fue -y aún es- un proceso de aprendizaje. Leer, platicar, manejar y viajar pasaron a ser parte de mi rutina. También hacer amigos y quisiera hablar de muchos a quienes debo tanto, pero creo que no es justo hacer un listado, porque terminaría por ser traicionado por mi memoria y dejar fuera a más de uno.
Este trabajo me ha concedido el honor de fundar no solo a tres suplementos de autos, entre ellos el de El Informador, que fue mi casa durante 18 años y ahora vuelve a serlo luego de una pausa de poco más de un año.
Seguridad, amistad y familia
Desde que comencé a analizar los autos, una de las cosas por las que siempre luché fue por empujar para que los autos vendidos en México fueran más seguros. Esa insistencia me generó algunos problemas. Más de una marca me vetó, es decir, no me prestaban autos ni me invitaban a sus presentaciones, por un tiempo. Las que tenían los autos más seguros, sí me “querían”, sí les gustaba que yo buscara educar a mis lectores, radioescuchas, televidentes o seguidores con relación a exigir vehículos más seguros. En mi cabeza esto fue y sigue siendo un deber. Tal vez no haya sido yo el primer periodista de autos en México en exigir seguridad, pero sé que fui el que lo hizo con más insistencia. Si logré con eso convencer a una sola persona a comprar un auto más seguro, todo mi trabajo, todas las discusiones con ejecutivos de las marcas que insistían en defender lo indefendible, todas las amenazas de despido que recibí de parte de enojados directores comerciales de los medios en que estuve, valieron la pena.
En qué momento se fueron 25 años. Parece que fue ayer el curso de manejo en Alemania con Mercedes-Benz, en el que aprendí cómo sentarme al volante y dónde poner los pulgares al sostenerlo. Cierro los ojos y aún huelo el rio Po, en Turin, en el espectacular lanzamiento del Fiat 500, en 2007. Aún se me enchina la piel al recordar un pequeño cuadro en la pared de la fábrica de Ferrari, en Maranello, en el que se veía la foto del V8 de un 488 GTB justo arriba de la frase que yo redacté al votar por él para el Engine of The Year Award, en 2017.
A varias personas debo todo lo que viví y lo que soy. A mi querida amiga Julieta, quien me abrió los ojos en un momento en que mi ingenuidad no me dejaba hacerlo. A mi esposa Alejandra, quien jamás me permitió tener un milímetro de duda en mí mismo. A mi madre, quien siempre me dijo que yo era capaz de hacer lo que me propusiera. Y por supuesto, a mi padre, quien casi por instinto me abrió el mundo de los autos al sentarme sobre sus piernas y permitir que yo, a mis siete años de edad, condujera su DKW, algo que no solo no se me olvidará jamás, sino que les juro aún sentir el calor de sus piernas bajo las mías.
Pero obviamente a quien más debo es a ti que me estás leyendo, porque si no fuera por ti, nada de lo que hice hubiera sido posible, no hubiera vivido lo que viví y aún espero experimentar. Sé que suena trillado, tal vez hasta cursi, pero es simplemente la verdad. A ti, muchas gracias por estos 25 años. Ojalá vengan muchos más.