Como te habrás enterado, este 20 de noviembre del presente año se conmemora el 107 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana, el conflicto político-social más trascendental en nuestro país durante el siglo XX. Si haces un poco de memoria, una de las imágenes más clavadas en nuestra mente es la de los revolucionarios recorriendo el país montados en caballos o “trepados” en locomotoras de vapor. Esto, se ha fortalecido a lo largo del tiempo a través de las fotografías, libros e incluso películas.
Pero ¿no había autos entonces? La verdad es contrariamente a lo que se suele creer el entonces novedoso medio de transporte ya jugaba un papel importante. De hecho, la historia del automóvil en México inicia en el contexto del Porfiriato (1876-1911) unos cuantos después de que Karl Benz diera a conocer su invento en Alemania en 1886.
A ciencia cierta no se sabe la fecha exacta ni la primera persona que trajo el automóvil a México, pero algunos artículos, libros o revistas, concuerdan en que fue en 1895 cuando hizo su arribo. En cuanto al modelo y la persona que lo importó, es donde aún existen dudas ya que unos se decantan por afirmar que fue un hombre llamado Andrés Sierra quien trajo desde Tolón, Francia un Delaunay Belleville.
Lo que es un hecho, es que el automóvil llegó a México para quedarse, ya que desde un principio cautivó a las clases pudientes quienes no dudaron en comprarse uno. Fue tanto el éxito que en 1903 ya se tenía un parque vehicular de 136 unidades, el cuál creció hasta los 800 vehículos en tan sólo tres años.
Entre los vehículos favoritos por los mexicanos y por ende de los más comunes de observar en las calles, estaban los Hupmobile, Oakland, Stutz, Graham, Reo, Oldsmobile y Ford T, entre otros. De esta manera, la transición del siglo XIX al XX trajo consigo el inicio de la lenta pero paulatina transformación del paisaje, donde los carruajes tirados por caballos compartían su espacio con los ruidosos vehículos motorizados.
Entre los modelos antes mencionados destacan los Ford T adaptados para poder transportar a una decena de pasajeros. Por lo general, su uso se orientó más al transporte público y al traslado de los gendarmes a través de las calles de la Ciudad de México.
No es ningún secreto que Porfirio Díaz sentía una fuerte atracción por la cultura europea, a la cual consideraba refinada y de buen gusto. Por eso no resulta extraño que el ex presidente no resistiera la tentación de adquirir un MAN 1909, importado directamente de Alemania, al cual le pretendía dar tanto un uso oficial como familiar.
Desafortunadamente para el mandatario, el estallido de la Revolución Mexicana en 1910 le impidió darle un gran uso y de esta manera, su lujoso modelo (considerado uno de los ancestros de las actuales “limosinas” gracias a su capacidad de acoger cómodamente hasta veinte pasajeros), quedó en el olvido, hasta que fue hallado y restaurado por un coleccionista privado en los Estados Unidos. Además de este vehículo, Don Porfirio Díaz también fue dueño de un Packard 1908, el cual lo acompañó hasta el día que inició exilio a País, Francia.
El automóvil se convirtió en un testigo mudo de algunas de las traiciones y asesinatos de los personajes más representantes de la Revolución, ya que, en algunos casos, jugaron un papel importante para fraguar los planes que ayudaran a exterminar a quienes con el tiempo se convirtieron en un problema para la propia “causa revolucionaria”.
Después de haber firmado el Plan de San Luis y tomar las armas contra el gobierno de Porfirio Díaz, Francisco I. Madero viajó desde el norte del país a la Ciudad de México en un Thomas Flyer 1910. Cabe destacar que éste no era su automóvil personal ya que era dueño de un Protos de 4 cilindros.
De igual manera es posible que el vicepresidente, José María Pino Suárez, también haya tenido su propio automóvil, ya que, de acuerdo a algunos documentos de la época, era una de las 339 personas que en 1912 contaban con permiso para circular.
Incluso la relación que había entre el presidente y el vicepresidente con los vehículos motorizados, llegó hasta el final de sus vidas, debido a que para fraguar el homicidio de ambos personajes, los asesinos utilizaron dos automóviles que fueron pieza clave para realizar dicho crimen.
La historia nos dice que a las 10 de la noche del 22 de febrero de 1913, cuando Madero y Pino Suárez se disponían a dormir, el coronel Joaquín Chicarro y el mayor de rurales; Francisco Cárdenas, interrumpieron su descanso y los subieron a dos automóviles negros que los esperaban en la puerta de Palacio Nacional. A Madero lo subieron a un Protos, el cuál al parecer era propiedad del esposo de una sobrina de la esposa de Porfirio Díaz, mientras que Pino Suarez lo hicieron abordar un Packard, propiedad del yerno del derrocado presidente.
Los vehículos que avanzaron con rumbo a la Penitenciaria o Palacio Negro de Lecumberri, para detenerse en las calles aledañas del inmueble, atestiguaron como al descender de ellos, el presidente y el vicepresidente, fueron asesinados a disparos por quienes los habían recogido minutos antes.
Cumplida la misión, los malhechores se prepararon para maquillar la escena del crimen y dispararon contra los dos automóviles, con el objetivo de que al día siguiente se difundiera la versión de que Madero y Pino Suárez habían muerto cuando un grupo de partidarios intentó rescatarlos.
Entre las historias revolucionarias ésta no es la única, ya que no se puede dejar de mencionar a José Doroteo Arango Arámbula, mejor conocido como “Pancho Villa”, quién fue muerto en una emboscada cuando manejaba su automóvil Dodge 1922, el cual recibió más de 100 disparos que terminarían por arrancarle la vida al llamado “Centauro del Norte”.
Durante la revolución, los generales fueron los primeros en hacerse de los servicios del automóvil, ya que encontraron en él, un medio idóneo para trasladarse a lo largo y ancho del país con mayor rapidez y hasta comodidad.
Con el final de la guerra, la estabilidad llegó, y con ello la construcción de más caminos, carreteras y gasolineras. Poco a poco y con una mejor infraestructura, los automóviles empezaron a poblar las calles, cabe destacar que, en el tiempo de la postrevolución, todos los automóviles eran importados por distintos empresarios y ningún fabricante estaba establecido en el país de manera oficial. No fue sino hasta la década de 1920 que las armadoras con sus fines expansionistas, comenzaron su migración hace otras partes del mundo.
Esta es la historia del revolucionario que cambió el caballo por el automóvil y de cómo el automóvil comenzó a recorrer su propio camino durante la Revolución Mexicana.