
Cada unidad del W16 Mistral, el roadster que despide con gloria al mítico motor de 16 cilindros, se somete a un proceso de validación tan riguroso como artesanal, antes de llegar a manos de su afortunado propietario. Hablamos de más de 400 kilómetros de pruebas, por rutas que combinan paisajes de ensueño en Alsacia con los desafíos más técnicos del mundo real.
Una ruta principal de 350 km recorre pueblos tradicionales, carreteras rurales, autopistas y puertos de montaña. En ella, se evalúa cada componente: desde la ergonomía del habitáculo hasta la respuesta del sistema de dirección o la precisión del cambio. Incluso los adoquines antiguos cumplen un rol, revelando hasta la más mínima imperfección en el chasís.
Pero la validación va mucho más allá de lo mecánico. El sonido, la sensación y la experiencia sensorial completa son esenciales. Técnicos expertos analizan la acústica con y sin techo, la firma sonora del escape, el rodamiento de los neumáticos, y cómo cada detalle vibra o resuena. Incluso se utilizan calles estrechas con muros de piedra para detectar ecos que podrían delatar vibraciones indeseadas.
Solamente tres evaluadores en el mundo están calificados para conducir esta revisión integral, gracias a décadas de experiencia y un entrenamiento intensivo. Estos afinadores humanos detectan lo que las máquinas no pueden: sonidos anómalos, fricciones sutiles, sensaciones mínimas.
Tras cada test, se registran observaciones por dictáfono, y si algo no cumple, el auto regresa a la línea para ajustes y una segunda prueba de validación. Y así, cuantas veces sea necesario.
La fase final se realiza en el aeródromo de Colmar, donde el Mistral se lanza a 300 km/h para probar frenos, ESP y el comportamiento del techo desmontable. Solo sin techo alcanza su máxima velocidad, liberando los 1,600 caballos del legendario W16 en su forma más pura.
Todo este proceso refleja la filosofía que dicta que cada Mistral debe ser perfecto, o no será un Bugatti.