Estoy en un auto rentado a más de 150 km de cualquier poblado, el termómetro marca -18°C, bajo las llantas hay una capa de hielo de apenas 30 cm, más abajo cientos de metros de agua helada y para aumentar la adrenalina, viene un pesado tráiler en sentido opuesto.
La primera vez que escuché hablar sobre conducir en lagos congelados fue en la serie “Camioneros de hielo” (Ice road truckers) de History Channel grabada en Yellowknife, Canadá y en una actitud de “sólo se vive una vez” pensé ¿y por qué no ir? Días más tarde me encontraba rodeado de cajas con ropa térmica, abrigos, zapatos para la nieve, entre otras cosas. El navegador de mi computadora saturado de pestañas con páginas de hoteles, información de caminos de hielo y páginas de renta de autos. La fecha programada: principios de marzo.
Tras tres escalas, un vuelo cancelado, una noche extra y cruzar el continente dos veces llegué finalmente a Yellowknife. La temperatura, unos agradables –20°. La mala noticia fue que mi maleta con la ropa para frio no llegó y la aerolínea, a manera de compensación me regaló un cepillo de dientes…
Yellowknife es la ciudad más al norte de Canadá, más allá básicamente no hay nada más que naturaleza. Es la frontera entre el mundo civilizado y la naturaleza indómita. Al salir del aeropuerto me recibe un golpe de aire gélido, húmedo y con olor a diésel en la cara, además del sonido de los cuervos que parecían tan felices y activos con ese clima que no se les veía ganas de migrar o de hibernar como al resto de los animales de la región. Más felices se pusieron con las galletas que les compartí.
La primera sorpresa fue que al rentar el auto me pidieron la licencia internacional de manejo, cosa que nunca antes me había pasado en Canadá, pero al parecer las reglas habían cambiado, por fortuna la llevaba conmigo. Para mi suerte tuvieron un vehículo con tracción integral como lo había solicitado, ya que al no ser experto en manejo sobre hielo quería un auto realmente capaz de enfrentar estos caminos y en este caso fue una Ford Flex.
Por si no lo recuerdas, la Ford Flex fue uno de esos híbridos que surgieron cuando las minivanes cayeron en desgracia, era entonces un vehículo de tres filas de asientos, pero con una apariencia que se asemejaba a la cruza de una wagon con una SUV. Sobra decir que no fue muy exitosa, y para muestra basta con decir que solo vivió una generación y en la actualidad, ya no existe.
Después de emplear el primer día en comprar algo de ropa en lo que llegaba mi maleta, y descubrir que los supermercados en esas altas latitudes son como en cualquier otro sitio, me dispuse a ir al hotel, donde siguiendo las indicaciones del arrendador conecté una clavija adaptada en la parrilla del auto con un enchufe que había en el estacionamiento. Los autos en esas latitudes tienen un calentador eléctrico que impide que los fluidos del motor se congelen cuando la temperatura desciende por debajo de los -30° y aunque el pronóstico para esa noche era de -25°, decidí conectarlo y no correr riesgos.
Al día siguiente y ya con ropa nueva, llegó por fin mi primera experiencia en el hielo. No hubo más que recorrer unas pocas cuadras para llegar a él, e iniciar la aventura. Una calle que en verano termina en el lago es la ruta a seguir, y al ver embarcaciones varadas a los lados y sentir la falta de adherencia en las llantas me di cuenta de que estaba sobre el hielo.
Tras el volante, la sensación es similar a cuando pierdes el control en piso mojado, pero permanece en todo momento, sin embargo tienes control, eso sí, al frenar la distancia requerida es mucho mayor y casi siempre los ABS entran en acción. Me encontraba, literalmente manejando sobre El Gran Lago del Esclavo, una capa de entre 15 y 30 cm de hielo es todo lo que me separaba de sus profundidades de más de 600 metros (unas 3 veces la Torre Latinoamericana), resulta un tanto escalofriante pensar en esto mientras estás ahí, pero sorprendentemente esa delegada capa es capaz de aguantar el peso de tráileres cargados con muchas toneladas.
Este camino de 6.5 km lleva a Dettah, un pequeño poblado vecino al que para llegar en verano se requiere hacer un rodeo de 25 km. Lo que no deja de sorprenderme es que se trata de un camino temporal y que cada año deben construirlo para que dure apenas entre 90 y 140 días, sin contar que requiere un mantenimiento constante, así como la verificación del grosor del hielo. A la entrada del lago hay anuncios con el peso máximo permitido el cual varía dependiendo lo que diga el análisis diario del grosor del hielo.
Luego de cruzar varias veces este camino de hielo, noté que realmente no se requiere tanta pericia ni tampoco un auto especial. Se trata en realidad de un camino local seguro, transitado por todo tipo de vehículos, tan pequeños como un Spark o más aún, llegué incluso a ver gente en bicicleta, lo anterior no hace menos impresionante manejar sobre hielo transparente bajo nuestras ruedas mientras vemos el azul intenso del agua.
Pero claro, no hice todo este viaje para manejar solo 6 km sobre hielo en un camino local.
Tenía en mente un reto mayor, así que decidí recorrer uno de los caminos que van hacia las minas de diamantes, si, los que recorrían los camioneros de Ice Road Truckers. Para ello salí de la ciudad hacia el oriente, en pocos kilómetros el camino pavimentado se termina y comienza el camino de hielo, a la entrada hay también, advertencias sobre el peso máximo permitido, en este caso es mucho mayor, pero también te avisa que entras bajo tu propio riesgo. Me sorprendió lo anchos que son, como una autopista de 4 carriles con todo y acotamientos, lo cual da bastante seguridad. Aquí el tránsito se conformaba de pesados tráileres y alguna que otra camioneta de personal de las minas o de los que hacen mantenimiento a los caminos.
A los lados más allá del camino solo se veía la inmensidad del paisaje blanco, solo en el horizonte se vislumbraban unas líneas de árboles oscuros, eran el borde del lago, un paisaje que al nublarse se volvía monocromático. Al alcanzar los árboles y salir del lago, el camino se volvía mucho más angosto, aquí las llantas tenían un poco de más agarre, pero había menos espacio para reaccionar, además de subidas, bajadas y curvas de donde te puede salir un camión a buena velocidad en sentido opuesto invadiendo algo de tu espacio.
Estos tramos en tierra firme son relativamente cortos, aunque de manejo mucho más demandante, y sirven para conectar a un lago con otro, los tramos sobre los lagos suelen ser mucho más extensos rápidos y de manejo más sencillo. A diferencia del pavimento en el hielo al manipular el volante, las llantas no solo no responden inmediatamente, sino que al hacerlo, giran un poco más, por lo que se tiene que ser paciente y sutil con la dirección. De cualquier manera, mientras no venga otro vehículo, y vayas a una velocidad razonable, no pasaría de rebotar contra el borde de nieve.
Contrario a lo que sabía por la serie, resulta que los tráileres si pueden ir a más 20 km/h siempre y cuando vayan vacíos, el límite aplica cuando viajan con carga y para cuando no, hay incluso “carriles exprés”, que es en realidad otro camino paralelo a unos 20 metros de distancia en donde pueden ir más rápido sin que les estorben los que van cargados. Para autos, a menos que esté señalado, el límite corresponde a 110 km/h, aunque los locales realmente decían que no había un límite como tal y algunos iban un poco más rápido.
Después de ir a las minas, necesitaba seguir manejando sobre hielo, así que decidí tomar otro camino, uno mucho menos recorrido, que me llevó aún más lejos: a Gamèti, una comunidad indígena a 420 km al norte de Yellowknife. Eso sí sonaba a la aventura que estaba buscando.
Después de unos primeros 100 km en una carretera pavimentada bastante recta llegué a la desviación a Behchoko. A partir de ahí me estaba adentrando a la nación Tłı̨chǫ, cuyo nombre significa los descendientes de un mítico hombre-perro. La gente de esta nación se ha dedicado por siglos a la pesca (en el invierno hacen orificios en el hielo del lago) y a la caza de caribúes animal del que además dependían para su vestimenta. Behchoko, donde termina el camino pavimentado, era mi última oportunidad de hacerme de víveres y que la gente se enterara que había un mexicano loco recorriendo esos caminos por si algo pasaba.
Solo tenía camino de hielo por delante, el primer tramo sobre el lago había alguno que otro coche en camino a Edzo, un pueblo cercano. Todos ellos daban vuelta a la izquierda en la siguiente desviación, yo fui a la derecha. Aún me esperaban alrededor de 300 km y a partir de ahí no volvería a ver a ningún otro coche. Ahora sí me sentía en medio de la nada.
Tras salir del primer lago surgió un tramo bastante largo sobre tierra firme y bosques, después los lagos y los trayectos de tierra firme se iban intercalando de manera continua.
Luego de 6 horas de viaje estuve muy alegre de arribar a Gamèti, mi destino, y de llegar a la casa de huéspedes, de la cual los propietarios son la misma comunidad. La casa muy agradable, con alimentos incluidos y la calefacción al punto que pronto sientes que te estás cocinando.
No era el único huésped, compartía la casa con trabajadores de las minas que llegaron tarde y se fueron temprano y con un ingeniero eléctrico que venía cada temporada. Todos se preguntaban qué demonios andaba haciendo un mexicano por el fin del mundo, y por lo visto mi respuesta, manejar en el hielo, no les pareció suficiente razón para visitar tan lejano y helado lugar. Me vieron como un loco, y puede ser que tuvieran algo de razón.
Al día siguiente y tras tomar un delicioso desayuno que prepararon las encargadas del lugar volví a Yellowknife. Nuevamente era un día soleado y los lentes oscuros me ayudaron bastante ya que además que el reflejo de la nieve durante el día puede incluso causar daños a la vista, en ciertos puntos es difícil distinguir por donde va el camino, la nieve cubre el transparente hielo y el camino se vuelve igual de blanco que las protecciones de nieve a los lados. Aunque las curvas y desviaciones suelen haber señalizaciones, hay tramos donde el propio clima la ha desaparecido y todo se vuelve blanco.
Llegando a Yellowknife me sentía de vuelta en la civilización y aún estaba a tiempo de ver la principal atracción del lugar: las auroras boreales. Ya no fue necesario manejar tanto, bastaba salir a unos 10 minutos de la ciudad para verlas en todo su esplendor, además no era el único, había decenas de turistas haciendo lo mismo.
Antes de regresar a México aproveché para conocer la ciudad, y aunque la temperatura era de apenas -12 luego del frío anterior, hasta se sentía “cálido”. Para los locales definitivamente era un día agradable y al igual que ellos, salí a divertirme al festival de Snow King, en una fortaleza construida de hielo sobre el lago congelado. En este lugar había esculturas de hielo, un pequeño escenario con bandas de rock y country en vivo, una resbaladilla de hielo para todas las edades y la opción de disfrutar un chocolate caliente al aire libre sobre una mesa de hielo.
La aventura llegaba a su fin, entregué el auto sin ningún rasguño y antes de entrar al aeropuerto, la ciudad me despidió con unos copos de nieve tan perfectos y sutiles que tenían la típica forma con la que se les ilustra en las tarjetas navideñas. Era hora de volver a casa con una gran experiencia en el corazón.